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MI OMBLIGO

PEZ EN OMBLIGO AJENO

PEZ EN OMBLIGO AJENO DE INFAMIAS A EMPATÍAS

Hola, ¿estás por ahí? Escucha. Es de un libro infantil, de mi sobrina. Es la historia de Sapo y Sepo, un par de amigos sapos. Nunca imaginé que hubiera historias tan buenas sobre sapos, sobre peces sí, pero los sapos, un prejuicio más... Escucha:
“Era octubre. Las hojas habían caído de los árboles. Se esparcían por el suelo.
- Iré a casa de Sepo, -dijo Sapo- .Barreré todas las hojas que han caído sobre su césped. Sepo se llevará una sorpresa.
Mientras tanto, Sepo se asoma a su ventana y piensa:
- Este revoltijo de hojas lo ha cubierto todo. Sacaré el rastrillo del trastero. Correré a casa de Sapo. Barreré todas las hojas. Sapo se pondrá muy contento.
Sapo llegó a la casa de Sepo. Miró por la ventana.
- Bien –dijo Sapo-. Sepo está fuera. Nunca sabrá quien barrió sus hojas. Sepo llegó a la casa de Sapo. Miró por la ventana.
- Bien –dijo Sapo-. Sepo está fuera. Nunca adivinará quien barrió sus hojas.
Sepo barrió y recogió las hojas del jardín de Sapo, y regreso a su casa. Sapo hizo lo mismo con las hojas del jardín de Sepo y también se fue a su casa.
Se levantó el viento. Sopló removiéndolo todo. El montón de hojas que Sapo había barrido para Sepo voló por todas partes. El montón de hojas que Sepo había barrido para Sapo también voló por todas partes.
Cuando Sapo llegó a su casa dijo:
- Mañana limpiaré las hojas que cubren mi césped.
¡Qué sorpresa se habrá llevado Sepo!
Cuando Sepo llegó a su casa dijo:
- Mañana me pondré a trabajar y barreré todas mis hojas ¡Qué sorpresa se habrá llevado Sapo!
Esa noche a la hora de apagar la luz para dormirse, Sapo y Sepo, los dos, se sentían tan felices”.
Eso es empatía, ¿no? El libro se titula “Un año entero” y es del californiano Arnold Lobel. ¿Dónde andas? Ya te llamaré. Buena historia, eh.
Gonzalo Irureta . Me lo imagino corriendo por el bosque en dirección a la casa de cualquier amigo para limpiarle de hojas el jardín. Su sentido de la empatía rompe los termómetros.
Antes coleccionaba historias de peces y de infamias.
- Tengo nostalgia de cuando éramos peces, decía.
Por teléfono, por correo electrónico y ordinario, en directo, durante paseos o apoyado en las barras de los bares, Irureta contaba los últimos hallazgos sobre ambas cuestiones.
A mi me gustaban sus historias de peces.
- Escucha. Ésta es de “Bocas del tiempo”, de Eduardo Galeano. Dice que se la contó Jorge Antunes. “Antunes llevaba varios días perdido en alta mar, y un oleaje violento lo dejó desnudo y se llevó su bidón de agua dulce. Ya se había resignado a morir de sol y de sed, cuando la red le trajo un tiburón, que tenía en la barriga, una lata de Coca-Cola bien fría, un pantalón y una camisa sin estrenar.”
Pero un día decidió abandonar las historias de peces.
- Me hacen sufrir demasiado. El problema es que los peces se extinguen y las infamias crecen. ¡Otra infamia más! Así que de alguna manera las historias de peces poco a poco van encajando en la categoría de infamias. Aunque... tengo tantas infamias que ya no se donde meterlas. Tendría que buscar un piso con una habitación más, pero ¡menudos precios! Otra infamia! Te he contado la historia de Julio Camba. Una delegación del Ayuntamiento le comunicó que habían decidido ponerle su nombre a una calle. “-Una calle”, -dijo Camba,- “pero si lo que yo necesito es una casa”.
Una de las infamias que más habían impresionado a Irureta fue la de Simón de Monford. La había leído en 2.000 d. de J.C. un libro-anuario-experimento de Isidoro Valcárcel Medina.
- “1209. Cruzada contra los albigenses, las tropas católicas toman al asalto la ciudad de Beziers. Tras el saqueo correspondiente, al que se hace merecedora por ser reducto de herejes, la ciudad provocó un dilema a los ocupantes: ¿A quiénes había que eliminar? Descubrir cuáles de sus habitantes eran los auténticos sectarios y cuáles los buenos cristianos se presentaba como una tarea larga y comprometida. Y el papa Inocencio III presionaba para que se diera el escarmiento. Simón de Montford resolvió el problema: “Matadlos a todos: el señor reconocerá a los suyos”.
Otras de sus historias de infamias salían de su lectura de la prensa diaria.
- ¿Será verdad....? He leído en el periódico que los de izquierda estamos buscando siempre motivos de indignación. ¿No te parece indignante?
¡Irureta, empático hasta la enfermedad coleccionista de infamias! Así es la vida. A veces, se le saltaban las lágrimas. Cando más cada vez que citaba un texto de Kafka, un fragmento de “El comerciante:
“Perseguid sólo al hombre modesto y cuando lo hayáis empujado hacia la puerta de una cochera, robadle y luego contemplad con qué tristeza continúa su camino por la calle de la izquierda, con las manos en los bolsillos”.
Su colección aumentaba:
- Escucha: “Gustavo Molina, un médico chileno de prestigio, fue detenido por los golpistas después del 11 de septiembre de 1973. Durante varios días fue torturado religiosamente de acuerdo con el horario administrativo, de nueve a una, descanso para almorzar, de 14 a 17:30, y así hasta el día siguiente. En uno de los descansos el torturador le preguntó a Molina: “Doctor, aprovechando que usted es médico, quizá pueda explicarme qué me pasa. Tengo unos dolores muy intensos aquí en el costado. ¿Qué puede ser? ¿Sabe usted por qué me duele aquí”.
La banalidad del mal. La disociación del ser humano. La personalidad del torturador...
La colección de infamias aumentaba. Su tensión arterial aumentaba también.
- “En el año 215 Caracalla visita Alejandría, allí ve estatuas suyas que acentuaban ya de por sí su raquítica estatura. El emperador, preso de una ira desbocada, reúne con el pretexto de una fiesta a los artesanos del gremio de fabricantes de estatuas y acaba con todos ellos”.
Y seguía aumentando. Hasta que un día...
- “Chomski fue al dentista. El doctor, al examinar a su paciente, observó que le rechinaban los dientes. Consultada Mrs. Chomsky, reveló que el rechinar de los dientes no tenía lugar durante las horas de sueño. ¿Cuándo entonces? La práctica de esa actividad quedó circunscrita con bastante rapidez al momento en el que Chomsky leía cada mañana el New York Times sin darse cuenta de que sus molares rechinaban página tras página.”
Es de ALEXANDER COCKBURN y lo he leído en “Diarios” de Arcadi Espada. Eso es lo que me pasa a mí. Tengo los dientes desgastados. El cardiólogo y el dentista me ha recomendado dejar las infamias.
- ¿Y qué vas a hacer?
- Buscar historias de empatías. Hay menos, pero... ¿Te importa que te siga cansando con historias?
- Ya sabes que no, pero ¿por qué no las escribes?
- Ya sabes.
- Pues permíteme que las escribo yo, citándote, ¡claro! El otro día jugamos en la oficina a ver quien salía más en GOOGLE y yo no salía demasiado. Así que he decidido elaborar mi propio blog.
- Anoche leí una muy buena. Es de un libro infantil “Cuentos por teléfono”, de Gianni Rodari. Se titula “El país sin punta”. Cuando la leí, me produjo un cosquilleo en el ombligo, como el aleteo un pezqueñín. Escucha...

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